miércoles, 2 de marzo de 2011

Estamos en obras.

Estamos en obras, continuamente construyendo la gran melancolía de nuestra hipotética realidad. El germen de la duda, de las asperezas, de los desengaños, del fracaso es la pura innovación de la pulcra y negada servidumbre existente hacia la necedad del mundo.

Somos unos rocambolescos estúpidos que creemos, por encima de todo, el integramiento en el sistema. Incluso la mayor crítica hacia este es una herramienta propia de su estirpe, necesita de contradicciones para creer más firmemente en su causa. El rostro del desamparo, de los agujeros rotos, de las razones olvidadas y de la vacua sociedad ensimismada no es otro que el de nuestras propias relaciones. Muchas veces he pensado que, a la práctica, parece que vivimos para otras personas.
Que lo único nuestro, lo único que de verdad hacemos por nosotros mismos son las emociones momentáneas, el placer instintivo, la lucha anímica por las feromonas y el poder. Intentamos integrarnos en el sistema, como he dicho, y solo logramos dar golpes en puertas tan vacías como la nuestra propia.

El nexo de unión, la trasmisión de todo aquello favorable y meramente existente es la verdadera realidad, el verdadero cara a cara de tu propio yo con el yo del sistema. Aquellos que, en síntesis, logran captar su propia esencia y no desperdiciarla, sino transformarla hasta que, de tanto machacarla solo sea una catarsis propia compuesta de todas las mascaras posibles del sistema podrá comprender la verdadera esencia de él.

No hay comentarios:

Publicar un comentario